La felicidad como propósito de vida, es coincidente en todas las culturas sin importar las diferencias sociales, religiosas, económicas y políticas.

Sin embargo, la diversidad de opiniones se manifiesta cuando se intenta responder a la pregunta sobre la consistencia de la felicidad. Más consciente o inconsciente, cada cual desea ser sí mismo y no un arremedo de los demás. Es así como el reto de la felicidad se convierte en el desafío de la autenticidad, lo cual implica una interesante paradoja porque nadie puede ser sí mismo sino sólo y, más precisamente, a causa de otros. Los otros son ese fascinante objeto al que están destinados, como a su más connatural término. Así por ejemplo, en la temprana edad, los ojos del bebé orbitan en torno al rostro de la madre, como un satélite frente a su estrella.

Es pues la mirada del otro, la génesis de una relación gracias a la cual, el bebé comienza a ser un sujeto, capaz de atisbar en ese objeto, el misterio de sí mismo. Es este el momento en que nace la relación que lo constituirá psíquicamente en un mundo interno construido por él y sus experiencias vividas en el mundo externo y en el interno en el que se construyen los vínculos con los objetos inconscientes. Es aquí donde el trabajo de terapia tiene la tarea de ayudar al paciente a reconstruirse para un nuevo nacer.

Sabemos que el trabajo de la relación generada en el setting terapéutico es lo que puede llevar al paciente a la capacidad de creatividad y autoanálisis para alcanzar una responsabilidad psíquica que le permita vivir con sus objetos internos, consciente de sus vivencias emocionales creadas en ese encuentro y momento estético.

La metamorfosis humana llevada a cabo en psicoanálisis es la tarea de transformación mediante el conocimiento del sí mismo y su relación con sus objetos y las experiencias emocionales reconocidas en este proceso y sobre todo en la relación con el análisis y las simbolizaciones generadas en dicho proceso.

Autor

Dra. Alicia Banuet